EL PUEBLO DE NICARAGUA, MAESTRO DE Sí MISMO
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JC. en Nicaragua, recuperada de Revista Enrraizada |
Muy
pocos meses después de su liberación, Nicaragua se lanza a una campaña general
de alfabetización que durante un plazo todavía imprevisible convertirá la
totalidad del país en una gigantesca escuela en la que de alguna manera la
mitad de la población enseñará a leer y a escribir a la otra mitad.
Sólo una vez se había asistido en América
Latina a una movilización tan dramática y tan emocionante en procura de una
auténtica toma de conciencia; así, poco después del triunfo de la revolución en
1959, el pueblo de Cuba había sido, a la vez teatro y actor de un titánico
esfuerzo destinado a arrancarlo del atraso y de la ignorancia, con resultados
que Nicaragua se propone repetir y, si es posible superar. Dos pequeños países
latinoamericanos muestran así un camino que un día deberán seguir muchos otros,
en un continente en el que el analfabetismo es no solamente una rémora en el
progreso y el desarrollo de las naciones, sino un aplastante factor negativo en
esa búsqueda de raíces auténticas, de identidad profunda que de diversas y
confusas maneras se percibe en el convulso panorama latinoamericano de estas
últimas décadas.
Curiosa
e irónicamente, los movimientos de independencia de nuestros países nacieron
bajo ideales de educación y de cultura popular que sus gestores y héroes habían
heredado, de la Revolución Francesa y que bajo el sello del romanticismo
habrían de manifestarse en proclamas, constituciones, y actos de gobierno. Las
nociones de «educar al soberano», la conciencia de que sólo un hombre capaz de
leer y escribir podía llegar a ser un buen ciudadano, fueron moneda corriente
en el siglo XIX. Pero casi de inmediato las guerras civiles, el surgimiento de
los caudillismos, y su secuela de dictaduras y tiranías cada vez más
preponderantes, disiparon ilusiones y propósitos que sólo muy lentamente y en
condiciones más favorables hubieran podido concretarse. La inmensidad
geográfica, las diferencias étnicas y las injerencias extranjeras paralelas o
cómplices de regímenes despóticos se sumaron para aislar y alienar a nuestros
pueblos, y para preferir masas sometidas o ingenuas en vez de ciudadanos
capaces de cultura, de reflexión y de crítica. El caso de Nicaragua es un
ejemplo extremo de cómo cuarenta años de opresión y explotación se traducen en
una tasa de analfabetismo qué se ha llegado a calcular en más del sesenta por
ciento.
La
victoria del pueblo nicaragüense el 19 de julio de 1979 se manifestó de
inmediato por una voluntad de reconstrucción qué iba mucho más allá del sentido
material de la palabra. Cuando la Junta de Gobierno emplea ese término para
autodefinirse, lo hace sabiendo que es plenamente comprendido por quienes
sienten en carne propia las enormes desventajas de la ignorancia; no por nada
en esa Junta hay poetas e intelectuales como Ernesto Cardenal, […] y Tomás
Borge, para quienes reconstruir significa levantar no sólo al país de sus ruinas
todavía humeantes, sino colocar a niños y adultos en un nivel de plena
participación consciente y crítica en esa tarea. Basta hablar con cualquiera de
ellos para sentir qué su noción de reconstrucción se basa fundamentalmente en
un concepto del hombre nicaragüense que lo incluye por un lado como trabajador
activo en esa reconstrucción, pero a la vez como alguien dotado de la capacidad
de comprender lo que está haciendo, por qué hay que hacerlo y cómo debe
hacerlo. A la noción aplastantemente pasiva de pueblo tal como siempre lo
entendió y lo quiso él régimen de los Somoza, sucede una noción dinámica de
participación y de consulta; y esto no es imaginable sin un mínimo de
preparación intelectual que rebase los conocimientos atávicos y tradicionales, los
utilice cuando los juzga positivos o los deje definitivamente atrás cuando son
un factor de retraso o de estancamiento.
Conocidos
estos criterios, puede comprenderse mejor el apasionado interés con que
Nicaragua ha preparado y puesto en marcha su campaña de alfabetización. Carente
de los medios más elementales, desde lápices hasta materiales pedagógicos, el
país entero entendió que la organización de la campaña debía adelantarse a la
eventual ayuda solidaria que pudiera llegarle de países amigos, y en ese
sentido es justo señalar que el llamamiento formulado por la Unesco responde
plena y calurosamente a esa decisión popular frente a la cual no es posible
permanecer indiferente o cauteloso. A diferencia de lo ocurrido en Cuba en los
años sesenta, cuando la UNESCO esperó el desarrollo de la campaña de
alfabetización para verificar sus resultados y exponerlos elogiosamente, ahora
la vemos adelantarse sin vacilar para pedir una ayuda mundial, demostrando así
su plena confianza en que otro pueblo latinoamericano será también capaz de
arrancarse por sí mismo a la ignorancia.
Los
informes oficiales estiman que el bárbaro genocidio perpetrado por los
somocistas y que incluyó el bombardeo indiscriminado de centros urbanos y
rurales, representa para Nicaragua una destrucción de edificios escolares,
mobiliarios, equipos y materiales educativos estimada en más de cien millones
de córdobas (cerca de diez millones de dólares). Esta destrucción, paralela a
la espantosa suma de 30,000 muertos y cerca de 100,000 heridos, permite medir
de lleno las dificultades que se enfrentarán en esta nueva batalla, la batalla
por la educación popular. Los problemas son múltiples: falta de materiales de
trabajo, medios de transporte y créditos, dificultades de comunicación con las
zonas del interior, especialmente, la Costa Atlántica, y necesidad de llevar la
alfabetización a las regiones donde predominan pobladores indios (misquitos,
sumos, etcétera). ¿Cómo se va a hacer frente a todo esto?
La
respuesta es muy realista; todo aquel que sepa leer y escribir puede
incorporarse a la campaña como alfabetizador. Los niños que estudian en los
liceos constituirán el contingente mayor puesto que todavía no trabajan y
pueden dedicarse por entero a esa tarea. Brigadistas cuya edad mínima es de trece
años serán destinados a las diversas zonas urbanas y rurales del país,
encuadrados por asesores de mayor experiencia y por toda la logística
necesaria; vivirán en campos y selvas, en fábricas y aldeas en sierras y
puertos, compartiendo la vida y las ocupaciones de sus alumnos adultos en su
mayor parte. Todo el país era una sola escuela; y los métodos y técnicas se
irán determinando en el curso de la tarea. Los pobladores indios deberán ser
alfabetizados tanto en su lengua como en español, puesto que constituyen
comunidades con culturas propias profundamente arraigadas. En la Costa
Atlántica sé habla además él inglés: otro problema a enfrentar.
Si la
alfabetización de los adultos es imprescindible, basta visitar las ciudades y
el interior del país para darse cuenta de que tanto el gobierno como él pueblo
de Nicaragua ponen su máxima atención y preocupación en la infancia. Los niños
han entrado en una vida por completo diferente después de la liberación del
país, y a ellos les tocará la responsabilidad de llevarlo adelante dentro de
muy pocos años. El hecho de que sean ellos quienes constituyen el grueso del
ejército de alfabetizadores no hace más que acentuar esté doble aspecto que da
la campaña; un tono característico e inconfundible. Las familias nicaragüenses
no han cesado todavía de maravillarse del cambio de vida que se respira en la
calle, en las plazas, en cualquier lugar público. Si para ellas significa la
libertad y la seguridad, el símbolo más hermoso y emocionante de esa conquista
lo dan los niños con su presencia bulliciosa, sus juegos, y sus cantos. En mis
primeros recorridos por Managua, me asombró qué mis acompañantes, jóvenes
soldados sandinistas, se entusiasmaran cada vez que veían grupos de niños en
las calles. Terminaron por explicarme que bajo el régimen de Somoza no se veían
niños fuera de sus casas, porque los guardias sospechaban de ellos o simplemente
los odiaban por despecho o crueldad. Sabían que muchos niños y adolescentes
cumplían misiones de enlace, qué incluso los había capaces de participar en
acciones militares, y con frecuencia los apresaban o mataban para aterrorizar a
la población. «La sola aparición de alguien uniformado hacía huir a los niños
como gorriones», me dijo uno de mis acompañantes. Hasta les habían prohibido
jugar al fútbol en los terrenos baldíos, porque sospechaban que era una forma
de entrenarse disimuladamente.» Hoy, cuando los niños ven a los soldados, el
uniforme es para ellos una garantía de protección y de amistad, y muchas veces
nos vimos rodeados por grupos infantiles que, como es lógico, se interesaban
sobremanera por las metralletas o las pistolas de los jóvenes soldados.
Al
mismo tiempo, la participación de los niños y adolescentes en la alfabetización
plantea problemas de no fácil solución. Para empezar, muchos de ellos pueden
correr riesgos en zonas alejadas de los centros urbanos, pues los somocistas
refugiados en países vecinos o escondidos en el país no han ocultado sus
intenciones de venganza y de revancha; también en Cuba algunos niños alfabetizadores
perecieron a manos de los bandidos contrarrevolucionarios que operaban en la
sierra del Escambray. Frente a eso, la Junta ha decidido que sólo los niños
debidamente autorizados por sus padres podrán partir a destinos lejanos, que
por supuesto es el que la mayoría de ellos prefiere. Pude seguir en Managua las
alternativas de esta situación que puede llegar a ser dramática, pues hay
padres que se niegan a firmar la autorización, creando entre sus hijos y sus
condiscípulos autorizados una situación muchas veces penosa. La reacción frente
a esto podría parecer sorpresiva a quien no haya vivido junto al pueblo
nicaragüense después de la victoria; los niños que formarán las brigadas
alfabetizadoras no solamente se han mostrado solidarios con sus compañeros no autorizados,
sino que muchas veces han formado comisiones para visitar a los padres,
explicarles su punto de vista y pedirles que reconsideren su actitud y den la
autorización que sus hijos desean. Nada parece haber de compulsivo en esto, y
es ya claro que la inmensa mayoría de los alumnos de los liceos partirán en
marzo para cumplir junto a maestros y universitarios una tarea que los exalta y
los enorgullece: Cada uno de ellos llevará consigo una cartilla de
alfabetización preparada en Nicaragua e impresa en Costa Rica; pobre bagaje
frente a la inexperiencia, los azares geográficos, los riesgos climáticos, las
enfermedades endémicas, las carencias alimenticias y la dureza de la vida en
regiones muchas veces inhóspitas.
Pienso
que esto puede ayudar a comprender mejor el cálido llamamiento de la UNESCO a
una solidaridad mundial para la campaña nicaragüense de alfabetización. La
organización cifra esa ayuda en veinte millones de dólares. Frente a tantos
presupuestos bélicos y tantos dividendos comerciales, la suma citada resulta
modesta; sin embargo, bastaría para que un pueblo de menos de tres millones de
personas saliera definitivamente del atraso en que lo mantuvo un régimen qué
huyó del país llevándose mucho más qué eso en los bolsillos.
Julio Cortazar, tomado del libro "Nicaragua tan violentamente dulce"
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