La bella durmiente del expreso de El Rama
El sol quemante de las dos de la tarde se conjugaba con los vientos secos de enero. Era de aquellas tardes que duele ver y más aún, ver el hervor que emana del asfalto candente desde la parada de buses.
Olga, como siempre vendiendo en
su tienda de ropa de segunda mano, esas tiendas a las que sólo concurrimos quienes andamos a
pie por el mundo en un ir y venir del carajo,
cubriendo nuestros cuerpos con el trapo que podemos. Salió a atender a una de
sus clientes y le ayudó a sostener la sombrilla para que descansara de las
maletas que cargaba, (muy seguro iba para El Rama). Pero en ese instante en que
se le ocurrió sostener la bendita sombrilla, una oleada de viento sopló con
tanto ímpetu dejando a Olga con el armazón negro, mientras el brocatel lila floreada
de lo que fue la sombrilla salió despedida por los aires. Estas cosas solo le
pasan a quienes trabajan día a día y a duras penas ganan para los gastos
menudos de sus hogares.
Se estacionó una ruta de proveniente
de Acoyapa, el pueblo vecino más cercano del que me encuentro, es una de las
ciudades más antiguas de Nicaragua, tiene su fama por ser la ciudad de las flores,
“ya se imaginan qué tipo de flores”, ¿A caso esa no es Masaya la ciudad de las flores?,
si, en realidad Acoyapa es conocida como sucursal del cielo. A mi juicio su
fama es por haber dado a luz seres oscuros para la historia del país: Emiliano
Chamorro a inicios del siglo XX y una que aún es beligerante en la política nacional.
Espero que a inicios del siglo XXII le corresponda el turno a un ser de Luz
para nuestra historia nacional. Como sea, quizás en ese momento me encontraba
frente a la progenitora de ese futuro vigilante del bien nacional.
Del bus no bajó mucha gente,
porque la belleza que irradiaba una de las pasajeras lo llenaba todo. El tiempo
se detuvo, el espacio también se transformó, parecía que la teoría de la
relatividad la experimenté en aquel mismo instante oportuno. La escalinata del
bus la bajó como siguiendo el protocolo de algún reino de la época del medioevo,
traía gafas oscuras de gran marco café de carey, una blusa amarilla de escote,
un pantalón azul oscuro y unos zapatos café que le hacían juego a su
vestimenta.
Entró a una fonda,
compró agua y menta, yo la atisbaba desde el otro extremo de la calle. Caminaba
cadenciosa y perentoriamente hasta donde
estaba. Ávido de tenerla cerca y de hablarle, me sorprendió ver el arco de sus
labios expandirse brevemente y dejar a la vista una dentadura blanca y
perfecta. También le sonreí. Levantó sus gafas como para verme mejor, y sus
ojos de iris marrón se clavaron en los míos y sin inmutarse me dijo:
¡Buenas tarde!, es
asombroso a qué niveles ha llegado la temperatura en estos meses.
Mientras lo decía se
secaba el sudor de la frente con un pañuelo que sacó de su bolso café
medianamente grande que colgaba de su brazo izquierdo
¡Sí, mire usted que
tremenda calor! - le contesté sin saber que más comentarios hacer - .
Ella persistente en
sacarme de mi estado de abstracción, me preguntó ¿Qué libro es ese de portada
rojinegra? En efecto, yo portaba solamente el libro de portada rojinegra, un
lapicero de tinta negra en la bolsa de la camisa y unas notas. Se lo mostré, el
libro era uno de más de 300 páginas, lo compré en una tienda de segunda, era una
publicación del año 1995, mi libro como es de esperar ya estaba deteriorado,
sobre todo en el lomo, donde se leía el título: “Noticias de un secuestro” del
Maestro Gabriel García Márquez.
Mientras le
explicaba, ella tanteaba el libro con sus manos tersas y blancas, sus uñas bien
cuidadas y natural, sin pintura y cortas, sospeché que toda esa rareza en las
manos de una mujer tenía una explicación bien fundamentada. Esperó a que
terminara mi ilustración y dijo sin más:
El olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados
Mientras procesaba la
frase le respondí:
Sólo Dios sabe cuánto te quise.
Ambos nos soltamos a
reír como viejos conocidos y dijo: Escogiste la mejor frase y más creativo no
podías ser. Yo me sonrojé y le expresé el gusto que me dio coincidir
casualmente en esta parada de buses. Fue recíproco el gusto, ella también lo
expresó. Y con un aire de sumersión en lo profundo del alma me dijo: “el cólera
morbo solo es historia para nosotros, y pensé que me tocaría vivir el amor en los tiempos del Facebook.”
Era otro libro que recién había terminado de leer y le respondí:
Yo también quiero mi casa en la playa junto al gran faro, estar sentado frente a mi escritorio a la par de la ventana mientras crepitan por el aguacero, escribo y me tomo las últimas tazas de café de mi vida.
Sí, pero siendo
realistas, nos ha correspondido amar en tiempos del COVID-19 – dijo con un tono
fatalista – no podía contradecirla en nada, era una realidad mundial (no era
una buena tarde para digerir esas malas noticias, y menos a la intemperie).
La conversación fue
interrumpida por la llegada del bus, era un Marcopolo del año 2010. Mucha gente
bajó y otro tanto lo abordamos, ella subió y tomó una silla, se sentó, se colocó
sus gafas oscuras y grandes, colgó sus
auriculares en sus oídos y en la pantalla de su teléfono vi que reproducía Las cuatro y diez de Luis Eduardo Aute.
Pensé que continuaríamos la conversación, pero se sumergió en su mundo y
durante el viaje no pude hacer más que imaginar qué sueños o pensamientos
pasaba por su mente en aquel momento.
Permanecí de pie en el pasillo frente a ella sin recibir sin quiera una
sola mirada de ella.
Me bajé en Santo
Tomás, ella sólo se acomodó mejor en la silla como preparándose para el largo
viaje que aún tenía por delante. Entré a la Royal, saqué dinero del cajero y
luego me senté en una fonda donde venden los mejores quesillos del país,
también pedí un café negro sin azúcar, me lo tomé a sorbos lentos hasta que
como parte del mismo sortilegio que produce el quesillo y el café, vi pasar el
bus de la bella durmiente y para mi sorpresa nuevamente el arco extendido de su
sonrisa acompañado de su mano en dulce movimientos señalando un adiós eterno
había marcado la mayor victoria de mi vida…
Era una de las
mujeres más bellas que había visto, con un poder de seducción asombroso, tanto
que me dejó en aquella butaca de la fonda de quesillos en un monologo de una
sola cuerda…
Bryan Dávila
Excelente muy bueno
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