La musa del templo de la música

 

Templo de la musica, Parque Central de Managua 


Esta mañana me ha sorprendido la noticia de la muerte de Alicia Alonso, aunque no tanto, realmente Alicia vivió el tiempo que no todos los humanos tenemos la oportunidad de vivir. Sin embargo, hoy no quiero anotar en estas hojas sueltas sobre Alicia Alonso, porque no tuve el placer de conocerla, sino que su muerte me ha trasladado a mis años verdes en Matagalpa, a los años veinte del siglo pasado, para ser preciso.

Vivíamos frente a la logia masónica de Matagalpa. Era realmente un sacrificio para mi padre Manuel Antonio Sánchez - recién llegado de España y ferviente católico - vivir junto a semejantes profanos, según él. Se estableció en Matagalpa con el fin de obtener una hacienda cafetalera, pero al fin, se la cedieron a un Señor alemán de apellido Hoffmann. De modo que mi padre se dedicó a la mecánica, era el único en toda Matagalpa, como también sus clientes eran tan escasos que se podían contar con los dedos de las manos. La burguesía matagalpina era la que se daba el lujo de andar en carros por las calles empedradas de aquella rústica ciudad.

De modo que crecí en ese ambiente hostil para mi padre, porque tenía que lidiar, por un lado con los masones frente a su casa, y por otro, la frustración de perder el caso judicial de la Hacienda, adjudicando su derrota al gobierno de Bartolomé Martínez, quien se parcializó con el Señor Hoffmann.

Muy devotos, toda la familia asistíamos a la misa cada domingo de la semana, en la Catedral San Pedro Apóstol. Me dormía escuchando la homilía del cura, pero me gustaba asistir a las misas de los primeros de enero cuando bajaban los indios a dar sus primicias, cada patrón o hacendado se sentía en el deber de traer a sus trabajadores a la misa de iniciación del año.

Por aquellos días también había llegado a Matagalpa un matrimonio joven: los Solari Mongrio. Tenían tres hijos, entre ellos dos mujeres, Olga y María Luisa, esta última era la menor y contemporánea conmigo. También asistían a la misa, y desde entonces nunca más me dormí escuchando al cura.

Después fuimos compañeros de clase en el Instituto Nacional del Norte, ahora creo que se llama Eliseo Picado. Desde que llegaron fijé mis ojos en Malucha, como le decíamos. Malucha era una muchacha de piernas largas, una morena alegre, de esas que te contagian de su alegría.

Nos dimos cuenta que éramos vecinos y a menudo íbamos y veníamos juntos del Instituto. Yo era feliz caminando con ella por las calles de Matagalpa, era una ágil conversadora, de forma que con ella nunca tuvimos espacios de silencios, que a veces suelen ser tan incómodos; todo lo contrario, Malucha me bombardeaba de preguntas y a mí me encantaba responderle.

Siempre estaba hablando de arte, de poesía, de lirismo y todos los días me recitaba un poema distinto que escribía su hermana Olga, que era unos diez años mayor que nosotros. Pero siempre me decía: “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo”. Era como si estuviera encerrada en Matagalpa, siempre soñó más allá de esa ciudad segoviana y desde entonces mostraba atisbos de ciudadana del mundo, de una mujer sin fronteras.

Hubo un periodo en el que dejamos de hablarnos porque ella pasaba más tiempo con su novio, un muchacho delicado de la alta sociedad matagalpina.

Mientras crecíamos, de momento mi familia salió de Matagalpa buscando un lugar más propicio para el oficio de mi padre, en el centro del país. Los Solari Mongrío siguieron en Matagalpa por un tiempo más, hasta que recibí un telegrama de Malucha en el que me decía:

Manuel, Matagalpa es un encanto. Me voy a Chile. Quería verte pero se ha tornado imposible. ha llegado la hora de partir.

Siempre tu amiga, Malucha.

Después me enteré que su familia emigró hacia Chile, el Chile amado de Darío, el país del mundo que lo acogió y le dio las condiciones necesarias para la publicación de su primera obra literaria. Ahí, a ese país frío se fueron Malucha y Olga y no supe de ellas por largo tiempo.

En ese lapsus me convertí en guitarrista, las músicas de la época no faltaban en mi repertorio, desde Daniel Santos hasta la Sonora Matancera. ¡Ah, qué buena música sonaba en aquellos años! y los vicios de las mujeres y el licor me consumieron desde la juventud, aunado a la vida irresponsable con mi amada Flor.

En 1936, para mi sorpresa me encontré con el aviso publicitario de que María Luisa y Olga Solari estarían de gira por las principales ciudades de Nicaragua.

María Luisa convertida en una bailarina profesional, estudió en Chile y luego en Francia, y estaba fundando la Escuela Nacional de Ballet de Chile, mientras Olga Solari, ya era una consagrada poeta chileno-nicaragüense. ¡Regresaban triunfantes!

Vi que estarían en el Cine González, Margot y Salazar en Managua, pero decidí que debía ir a su presentación en el Teatro Perla de Matagalpa. Sería el 24 de diciembre de 1936.

Me imaginé una noche buena junto a las hermanas Solari, pero nunca las vi. En el ambiente también se respiraba las cacería a los sandinistas, en esos días vi que la Guardia Nacional portó como trofeo la cabeza del General Pedro Altamirano, General del Ejército loco de Sandino. 

Claro, en las principales ciudades del país era una cosa, pero en las montañas segoviana y del medio del país el asunto era distinto. Así que me limité a no salir de la casa por esos días de navidad, roja navidad para muchos, para otros navidad alegre, gusto que se daba la alta sociedad. 

Pasaron los años y supe que el hermano mayor de Malucha se exilió de Chile porque era ministro consejero del Dr. Salvador Allende, fue a parar a Cuba, mientras ellas, artistas reconocidas de ese país, les tocó lidiar con el nuevo régimen Pinochetista. 

Ella ganó premios, vivió una exitosa vida, se casó, tuvo hijos, bailó a su gustó y anchas,  enseñó a bailar a su manera, memorizó todos los poemas de Olga y murió  en 2005. 

Yo digo que no la volví  a ver, pero Malucha está presente y es de actualidad, aunque pase por desapercibida por la mayoría de los transeúntes capitalinos. Yo también la ignoré por mucho tiempo, aunque me abrigaba a su sombra, aunque admiraba su belleza, aunque la rodeaba con la mirada, no sabía que era la Malucha. 

Está allá eternamente danzando sobre el templo de la música, en una danza sin fin, sin tiempo, pero danza una música bohemia para algunos, para otros no danza nada, pero lo cierto es que ahí está danzando una música celestial, interpretando el lenguaje de los dioses, y de los comandantes que yacen a sus pies.

Ahora todos los días la veo, y ella sigue danzando para mí, siempre con sus piernas largas, solo que ahora se han tornado perfectas y blancas, esculpidas en mármol, siempre empinada sobre sus dedos como en postura de asunción hacia lo eterno. 

Y es que Malucha es la musa del templo de la música.


Bryan Dávila 


Comentarios

  1. Está Genial, que manera de darnos la a Conocer, y por ende tener presente tal historia.

    ResponderBorrar
  2. No me canso de felicitarte, gracias por compartir historias que muy pocos conocemos, es para mi un honor leerte.
    Tenes algo que compartís con Melucha, la buena lectura y escritura. Gracias

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Comenta

Entradas Populares