Encuentro
Un ron barato me acompañaba aquella tarde pálida de abril, había conducido hasta un edificio abandonado en el centro de la urbe. Aparqué mi Alfa Romeo 33 y descendí al lugar que por años había sido mi refugio. Quería olvidarla, su recuerdo solo me traía las sonrisas pasadas, los viajes juntos, su amor extinto, y la vida plena a su lado.
La trova cubana de Silvio no resultaba para esta ocasión, cada música de él me recordaba a mi musa con sombrero. Lloré por no sé cuánto tiempo hasta quedar dormido en mi mar de lágrimas, mientras ella seguro gozaba de la felicidad de nuevos abrazos y nuevos cuidos. Me desperté y en el teléfono seguía sonando por quien merece amor.
Me di cuenta ya no
estaba sólo y la botella de ron más vacía de lo que debía. ¿Por qué lloras? –
me dijo sin inmutarse y como si nos conociéramos desde siempre – volteé mí
vista hacia ella y sin ánimos de contestarle le dije con voz ebria: por mí
mismo, por mi caos, por mi desgracia.
No tomé siquiera el
reparo de ver a la cara a mi nueva acompañante. Ella permaneció en silencio por
un tiempo, se sentó a mi lado y dijo: entonces quizás este sea el recinto de
los desgraciados, y lanzó una breve risa melancólica. Tomó un trago de ron y me
paso la botella. Me llaman María – dijo. Te dijera que es un gusto María, pero
hace rato que dejé de sentirlo. Y siguiendo su lógica le dije: A mí me llaman
Daniel.
Hasta entonces y solo
después de un trago, pude reparar en María. Una mestiza de nariz afilada, ojos
oscuros e intensos, aparentaba ser una mujer rebelde y de espíritu libre,
vestía pantalones negros, botines de cordones y suéter con capucha. Cuando le
vi el rostro, entendí que posiblemente ella estaba pasando un día peor que el
mío y que la desgracia nos había convocada en aquella ruinosa construcción, donde
un día fue un centro hospitalario y posteriormente un centro educativo.
Daniel, estás
demasiado ebrio para sacar conclusiones sobre mí - dijo y continuó - ¡he
caminado durante tres horas para llegar hasta aquí y encuentro el sitio
invadido por un agonizante silviófilo
que muy en el fondo le duele escuchar ojalá,
y por lo que veo ni los 19 días y las
quinientas noches de Sabina han sido suficientes! Y remato con una sonrisa
sarcástica.
La noche había caído
hacia un buen tiempo, su compañía alivió mi alma, no sé si yo le pude dar
sosiego a la suya, aunque en ese momento me porté como el más narcisista de los
seres humanos. Ella supo de mi ruptura con Hannah Lis, a quien simplemente
llamo Lis, por aquella mítica flor que sirve de sello para algunas logias
espiritualistas. Lis dejó su sello en mi alma y se fue con otro más sano que
yo, con uno más puro.
Eran las ocho de la
noche y no dejaría que María caminara sóla hasta su casa, menos cuando pude ver
su gallardía, delicadeza y audacia. Después de bregar con su temeridad por
regresar caminando, subimos el auto. El motor protestó estridente y al cabo de
un rato me brindó su dirección.
Era una noche cálida
de abril, aunque raramente corría un aire frío, ella se había sumergido en sus
pensamientos fijando su mirada sobre cualquier rotulo luminiscente, un auto,
una persona que camina anónimamente. Yo la observaba de perfil, sus cabellos
largos, lustrosos y castaños sueltos al viento cubrían un cerebro de grandes
ideas. Cada semáforo se volvió mi cómplice para lanzar atisbos de admiración
sobre su rostro en una claridad desvaída mientras el silencio llenaba el
espacio, solamente interrumpido por sus hondos suspiros. Su belleza me
castigaba.
Me mantenía en vilo
esperando una palabra que saliera de su boca de fresa, de sus labios rojos que
me invitaban a besar. Hasta que dijo “Luz, El visible recordatorio de la luz
invisible” era la traducción de un verso en inglés que recitaban en Plaza
Plombier, poema clásico de T. S. Eliot. Guardé silencio mientras interiorizaba
aquel verso.
Pasamos por la
imponente Catedral Santiago, construida para los pobladores que precedieron al
desbastador terremoto del año 72. En su rostro pude percibir como aires de
renovación, más en mi alma atribulada, se renovó el despecho por Hannah, pues
la Catedral también tiene su sello. No sé qué pensamientos cruzaban sobre la
frente sapiente de María, pero yo regresé a una noche de colores frente a la Catedral
con mi amada Lis.
Recordé una brillante
disertación que me dio a mí exclusivamente, mientras ambos observamos la
inmensidad que significa aquella belleza arquitectónica. Me comentó que admiraba la infraestructura de
la Catedral Santiago de los Caballeros porque es una réplica exacta dela
Catedral de Saint-Sulpice. Monseñor Lezcano se formó espiritualmente en París y
se consagró en esa Catedral, de manera que cuando regresó a su ciudad natal,
ordenado como un clérigo de la Santa Iglesia en este país, mandó a construir
con el mismo diseño la Catedral Santiago de los Caballeros. El arquitecto suizo
Pablo Dambach se encargó de tan magnifica construcción en las primeras décadas
del siglo pasado.
Pero la maravilla de
aquella construcción no termina allí – recuerdo que me dijo, con su voz casi
cantando, ella siempre habla así, con ese ritmo indiscernible, como si
estuviera recitando poesía – La Catedral Saint-Sulpice también fue “profanada”
por logias de la masonería parisense y tengo una fuerte convicción de que esta
monumental obra también ha estado al servicio de la intelectualidad
aristocrática y de las elites económicas y políticas del país, que es lo mismo
a decir masonería – en la mayoría de los casos –.
Yo quedé absorto ante
sus razonamientos y después de volver en sí, agregué: El Palacio Nacional
también fue diseñado por Dambash, además García Márquez tiene un hermoso relato
de cómo los rebeldes sandinistas se lo tomaron el 22 de agosto de 1978, de ahí
el nombre de la plaza en la que estamos sentados.
Ella asintió y posó
su testuz sabia sobre mi pecho…
Hannah me mata por su
alma, desde la distancia y a ojos cerrados no puedo escapar de su belleza de
espíritu, sin contar su seductora habilidad femenina para enamorar.
No sé hasta dónde
hubiese llegado con aquellos recuerdos sepultados en el pasado reciente, si
María no se baja estrepitosamente del auto y me invita a seguirla. Tuve que
hacerlo, ahora no la dejaría ahí. Ella se acercó al guarda de seguridad del
solemne Palacio Nacional, lo saludó como un viejo conocido, cuando estuve cerca
de ellos le preguntó a ella: ¿Él también va con vos? Si - le dijo ella - es un
gran amigo. Y bajó al sótano. Corrí para alcanzarla en aquella galería gris con
algunos cuadros en la pared, la estancia estaba en un sepulcral silencio.
La alcancé observando
una pintura que representa a Charles Chaplin. Decir nada diciéndolo todo – dijo
anhelante y extasiada. Cuando pude estar junto a ella le pregunté: ¿Por qué te
bajaste del auto?, ¿Cómo conseguiste entrar aquí a esta hora? ¿Qué pretendes?
Me ignoró y continuó: debemos aprender mucho de Chaplin, observar más y hablar
menos.
Mira – me dijo y
continuó caminando – este sitio representa para mí los niveles o estado en que
han de estar nuestras almas. Este es el lugar más bajo y oscuro del edificio. Y
menos cuidado – agregué buscando el interruptor de los bombillos, para
encenderlos – no las enciendas me dijo. Enciende la linterna de tu teléfono.
En el pasillo solo se
escuchaban huecos nuestros pasos y los susurros de nuestras voces que se
desimanaba por toda la galería. María continuó:
aquí me recuerdo a mí misma, que estar abajo te permite conocer tus
cimientos, tus bases, ideales, tus metas en la vida, y que mientras estas abajo
no queda de otra más que subir. Así mismo, para mí este sótano representa el
inframundo y a veces ciento que mis ancestros me hablan desde aquí.
Una ola de escalofríos
recorrió mi cuerpo desde la cabeza a los pies. ¡Vamos, aquí no es nuestro
lugar, todavía! – Prorrumpió como si supiese de mi extraña sensación - Subimos
escaleras en forma de caracol hasta llegar a la primera planta de la
edificación. Era el Museo Nacional que estaba instalado en forma circular. Y
casi transformándose en la guía del museo, me mostró un colmillo de mamut, ser
antiquísimo que pobló nuestras tierras y del cual solo tenemos esta referencia.
A medida que
avanzábamos, luces de sensores se encendían a nuestro paso, extrayendo de la
oscuridad vasijas de usos domésticos y
funerales de nuestros antepasados, herramientas de caza y pesca. Casi en un
altar pude ver el arco que según la inscripción de la placa perteneció al
Cacique Diriangén y sirvió para expulsar al colono español. Ella casi en
veneración a aquel objeto me invito a rendirle homenaje después de ella.
En breves momentos
pude ver todo las tradiciones y cultura de cada departamento del país. Esto es
lo que vemos, pero la vida tiene altos grados de subjetividad, de belleza
intangible, que solo tocamos con el alma. Y subimos por segunda vez escaleras
en forma de caracol.
Estábamos ante los
archivos históricos del país. Pude leer la declaración de guerra que Anastasio
Somoza García hizo a la Alemania de Hitler en 1945, ella la leyó con sarcasmo
incontenible, y más adelante encontramos manuscritos de algunas cartas
desconocidas del Bardo Rei, Rubén Darío, entre ellas una dirigida a su Garza
Morena, Rosario Murillo, la cual dice entre otras cosas:
Rosario:
Esta es la última carta que te escribo. Muy difícil será
que pueda olvidarte. Solo estando dentro de mí se podría comprender cómo
padezco al irme. Tú me quisiste mucho, no sé si todavía me quieres. ¡Son tan
volubles las niñas y las mariposas!
Pongo a Dios por testigo que el primer beso de amor que
yo he dado en mi vida fue a ti…Ojalá que nos podamos volver a ver con el mismo
cariño de siempre, recordando lo mucho que te quise y te quiero. Adiós, pues,
Rosario.
La terminé de leer y a
mis ojos acudieron copiosamente lágrimas que rodaban por mis mejías. María me
miró con compasión y ayudándome a secar las lágrimas me dijo: serás libre
cuando a prendas que tenemos todo sin poseer nada. Por eso no la perdiste,
porque nunca la poseíste. Darío se casó en El Salvador con la joven Contreras y
posteriormente en España con coincidió con Francisca y la amó, como también es
cierto que murió en los brazos de Rosario. Nadie es imprescindible, así como
nadie sustituye a nadie. Ten calma, todo estará bien.
¡Sígueme! – Profirió
con una energía contagiante – esta es la
Galería Rodrigo Peñalba. Me mostró todo la colección del Maestro Armando
Morales, también estaba en exposición todas sus herramientas de trabajo como
pintor. Había obras de pintores nicaragüenses, como la serpiente emplumada en
vuelo del arquitecto Alonso. Ver aquellas pinturas trabajadas con todo tipo de
técnicas, habidas y por haber, me dio un nuevo aliento, era como si estar en
aquella galería me convertía en una pieza más, y de pronto me sentía dentro de
los cuadros del Maestro Morales.
Mi meditabundo carácter
fue sustraído cuando me tomó de la mano y me llevó por el entrepiso hasta
llegar a la terraza del Palacio, hecha un rectángulo albo bajo mis pies. Respiraba
aires frescos provenientes del Lago. Y es aquí donde me siento plena, es el
cielo para mí – me dijo respirando hondamente -. Nos sentamos a observar el tráfico en una de
las más importante avenidas de la ciudad.
El cielo estaba despejado y nos reclinamos sobre nuestras espaldas para
después observar el inmenso cielo estrellado. “Luz, El visible recordatorio de
la luz invisible” - le repetí el mismo
verso que había pronunciado durante veníamos en el auto. Ella sonrió.
Seguíamos ejerciendo
el oficio de los magos: desaparecer contemplando las constelaciones (ella sabía
perfectamente sus nombres y ubicación): con su dedo señalaba: esta es Casiopea,
aquella Osa Mayor, esta de aquí Perseo, más a la izquierda Pegaso, por allá
está Unicornio…
También vimos estrellas
fugaces y antes de que yo dijera cualquier palabra me dijo: ¿No me digas que ya
pediste un deseo? Con una sonrisa irónica.
Yo, trémulo ante el extraordinario carácter de mujer me atreví a saborear sus
labios, ella se mostró receptiva a los míos y sentí el placer de un espíritu
genial. María no me dejes sólo - le
supliqué estremecido-.
Daniel somos
instantes – respondió – y ten por seguro que en este instante no te dejaré…
Aquella noche,
después de estar en el inframundo de María hasta llegar a su cielo abierto y
estrellado, ella y yo nos fundimos en uno. Aquel encuentro marcaría nuestras
vidas para siempre.
§
Después de aquel
maravilloso encuentro, seguimos viéndonos sistemáticamente. María fue la
medicina a mi alma desvaída. Perdí mi empleo y ella se las ingenió con su papá,
que era dueño de una flota de buses que viajaban de la capital al sur del país.
Fueron numerosos los viajes a su lado, en realidad nunca dejamos de viajar, la
diferencia radica más que nada en el número de los que viajábamos, fuimos dos,
tres, cuatro y cinco.
Con María pude formar
una familia y desde que nos encontramos en las ruinas del edificio y de
nuestras almas, han pasado veinte años. Quizás ella tenga una versión distinta
de nuestro encuentro y cuando lea la mía, sabré que pronto tendré en mis manos
la suya.
En cuanto a Hannah
Lis, no la volví a ver. Me dijeron que estaba fuera del país, otros que había
regresado y se dedicaba a la vida religiosa. Como sea, seguro estará bien donde
se encuentre.
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